sábado, 6 de mayo de 2006
Póngame a los pies de su señora
Mi gran pasión: el vino las mujeres
Es que estaba hoy leyendo y me he dado cuenta de lo mucho que tengo que aprender. De todos es sabido de mi gran capacidad para ser pedante y cursi cuando la ocasión lo requiere (o incluso cuando no es así, la verdad), pero hoy el señor Lorenzo Silva me ha dado una lección en toda regla de cómo hay que tratar a una damisela. Social y literariamente. Y es que yo para invitar a una piba a cenar no saldría de un:
-¿Quilla, te viene a la tahca a papeá?Cuando debería decirse:
-
Me preguntaba si consideraría desproporcionadamente impertinente, en esta circunstancia, que un anciano se brindara a impedir la intolerable posibilidad de que una dama como usted sea abandonada al rigor de una velada solitaria... (*)Joder, si es que diciéndolo
asín no
me se resistiría ni una... Lo tendré en cuenta para la próxima vez que invite a cenar a alguien (bueno, mejor dicho la invito a que me acompañe, cada uno que se pague lo suyo, que la cosa está MUY MALAMENTE) :D
Y hablando en serio, dos páginas antes explicaba el autor cómo el protagonista se sentía al ver a su compañera de trabajo, Chamorro, especialmente preparada para una cena elegante. Como es una idea que comparto plenamente (es lo bueno de los libros y la música, que como decía Muñoz Molina
siempre hablan de la persona que los lee/escucha), pues os lo dejo:
"La dejé, consternado, en una esquina a unos cincuenta metros del restaurante. Era una de las primeras noches de octubre, y mientras la veía alejarse en aquella atmósfera ligeramente otoñal, me asaltó una nostalgia indefinida, como la que se siente por todo lo que uno ha deseado una y otra vez, sin llegar a poseerlo nunca. Por algún mecanismo perverso, eso es lo que termina añorándose, más que lo que de verdad se tuvo. El aire de Madrid, en otoño, tendía a producirme trastornos de aquella índole. Quizá porque es la estación en la que la ciudad se muestra más sugeridora, o quizá porque era entonces, en esa época indecisa entre la luz del verano y la desolación del invierno, cuando el adolescente que fui solía imaginar mujeres solitarias que caminaban por calles oscuras, como Chamorro aquella noche. Mujeres a las que, de haber existido y haberme atendido, probablemente no habría sabido qué pedir."(*)Los vellos como escarpias,
mire usté.
Así que aplicándome el propósito de enmienda, no os doy las buenas noches, sino que os digo algo que aprendí hace mucho, y os pido que me pongáis a los pies de vuestra señora.
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(*) Fragmentos de "El alquimista impaciente" de Lorenzo Silva.
Claudio ::
sábado, 6 de mayo de 2006 a las 8:30 p. m. ::
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