miércoles, 23 de marzo de 2005
El último adiós.
Ya no lo soportaba más. No hallaba consuelo para tanto hastío. Lo había pensado durante toda la semana, ya tenía su protocolo de actuación y procuraría no perder los papeles en su encuentro con Yvonne, con motivo de su recién logrado ascenso.
Al principio el almuerzo fue muy cordial, ambos ignoraban conscientemente los miles de reproches que podían hacerse, pasaban por alto las largas noches de insomnio que habían pasado, fingían que todo iba bien, como tiempo atrás. Era normal, puesto que ella venía de haber pasado una larga noche de desenfreno junto a su nuevo amante como delataban sus ojeras que a duras penas trataba de ocultar, y él ya había establecido un organigrama mental que había jurado no saltarse, por lo que la suerte ya estaba echada. Simplemente le estaba dando tiempo, quería darle la oportunidad de confesar, quizá aún existía una esperanza.
Pero pasó el almuerzo, brindaron con vino por el éxito de Yvonne (y por los que vendrían) y ella dijo que debía irse, muy probablemente para volver con él, puesto que era el día de los enamorados ¿Es que nadie pensaba dejar de fingir y ser franco de una vez por todas?
Entonces, antes de que se levantara dejóse llevar por una mano extraña ajena a su yo pensante y como en tercera persona, se vio a sí mismo preguntando "¿Qué te ha contestado?"
Los ojos de Yvonne empezaron a humedecerse, rezaba para que ese momento no hubiera llegado nunca, pero ya no podía escapar de él. Se derrumbó.
-Yo de eso no voy a hablar contigo...
-No, Yvonne, yo nunca te he pedido nada, pero necesito que me lo digas, quiero quedar en paz por fin... me lo debes. Por favor...
Realmente él ya sabía la contestación; sabía que ella había empezado a verse con su amante desde hacía 2 meses, pero necesitaba una certeza "oficial" de que aquello iba a terminar para siempre. Ella pensaba que quizá era el momento de sincerarse definitivamente, decirle al mundo que era feliz junto a su nuevo amor, y aunque nunca había mentido respecto a eso, no soportaba más el ocultarlo. Pero ¿para qué hacerle más daño? Si simplemente le había preguntado algo tan concreto, contestaría a la pregunta y así saldría airosa de aquella asechanza.
-Que sí...
Él entonces se derrumbó. Las lágrimas ya no podían aguantar más en su interior. Aprisionó su rostro entre las manos tratando de ocultar cómo se desgarraba su alma, las rodillas cayeron al suelo. Y en medio de su tormento, no pudo evitar que un grito ahogado saliera de él, mientras se abrazaba a las piernas que una vez le pertenecieron. Ella, paralizada en una mezcla de odio y compasión, notaba como sus pantalones se humedecían y se hacían más cálidos por las lágrimas de él. No era capaz de decir nada. Sólo callaba que ya no soportaba más tanto tiempo siendo ignorada, dejándose anteponer por todo ante él.
Mientras, él tenía una visión de lo que vendría después; de cómo llegaría a casa y empezaría a borrar todos los sms, los e-mails; de cómo empezaría a guardar todo lo que ella le regaló en ese tiempo, todas las fotos, todo lo que pudiera recordarle a ella. De cómo tardaría años en volverse a enamorar, o cómo tendría que cortar con su siguiente novia porque no podía olvidar a Yvonne. ¿Qué había pasado? Hacía sólo dos semanas que ambos estaban en una habitación de hotel, lejos, amándose...
Siguiendo el plan, sacó el libro que ella le prestó. Lo había leído ella primero, había subrayado los pasajes que más le gustaron. Depués empezó a leerlo él, subrayando los pasajes que más le habían gustado a él. Sería divertido haber acabado de leerlo, y comentarlo juntos... pero eso ya nunca pasaría.
-Toma, tu libro.
Ella frunció todo su rostro mientras hacía un nuevo esfuerzo para no llorar más. Él vio como en realidad Yvonne fruncía todo su ser.
-¿Es que no vamos a volver a vernos? Quédatelo. Da igual, te lo regalo.
-No, mejor no. Has tomado tu decisión, y yo la acepto. Desde este momento desaparezco de tu vida.
Ya ninguno de los dos lloraba. Era el momento en que ella debía coger su bolso, su libro e irse; la esperaban. Antes de hacerlo, le cogió la mano muy fuerte y le besó en la mejilla cálidamente, con tristeza. Él quería luchar, evitar que le besara, decirle que lo sabía todo, que se esperaba ese desenlace; que en realidad nunca había confiado en ella al cien por cien, que era por eso que a veces ella pudo sentirse ignorada; que luchó por encontrar una prueba que le hiciese confiar en ella, pero que nunca la encontró.
No tenía fuerzas. Tan sólo una palabra. Ni siquiera un gesto.
-Yvonne...
Claudio ::
miércoles, 23 de marzo de 2005 a las 5:31 p. m. ::

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