jueves, 17 de mayo de 2007
El Síndrome de Riley-Day

Siempre se preguntó si era cierto lo que cuentan que pasa por tu cabeza cuando tu vida depende de un análisis. Y parecía que tenían razón. En el siempre aséptico pasillo del hospital, totalmente solo salvo algún celador moviendo camillas vacías de arriba a abajo, con ese olor tan característico...
No hay nada, salvo tus pensamientos. Imaginaba alternativamente los dos posibles desenlaces de aquella espera. ¿Qué ocurriría si le daban malas noticias? ¿Cómo se lo contaría a Betsabé? ¿Cómo decirle que todo acababa allí, así sin más? ¿Que no cabían esperanzas para seguir con aquello? Ya había pensado decirle que no se preocupara, que todo saldría bien; le diría que rehiciera su vida, él lo comprendería...
Ploc-Ploc
Otra camilla pasando por encima de esas franjas metálicas que cruzan todo el pasillo y rodean incluso las paredes y el techo. ¿Quién sabe para qué sirven esas chapas?
Bruuuuuuuummmmm.
El ascensor. Se disponía a iniciar una nueva revisión mental de cómo sería todo en el caso de que las noticias fueran buenas, pero no pudo. La enfermera se acercó para comunicarle que el doctor le estaba esperando. La suerte estaba echada, ya no había nada que hacer.
Entró en el despacho, le dio la mano al doctor y se sentó.
-Aquí tiene los resultados. Como ya le dijimos, este procedimiento es rutinario, y como sospechábamos, todo ha ido bien. El resultado ha sido negativo para Riley-Day.
Salió del despacho con la mirada perdida en el infinito, la cabeza gacha. Como si anduviera a cámara lenta y todo alrededor se moviera a ritmo frenético, ignorándole. Cuando hubo perdido de vista al doctor, no pudo más y se derrumbó sobre la pared; la mano en el rostro. Es cierto lo que dicen; ves pasar toda tu vida ante tus ojos en un instante cuando eres consciente de tu fin.
Estaba sano, no tenía Riley-Day.
Ahora pensaba en Betsabé, en lo que le diría. Lo que ya había pensado. Lo que luchó por ocultarle lo que le pasaba. La búsqueda de alternativas que le llevó a descuidarla tanto tiempo hasta que la verdad se hizo evidente.
Le diría que después de tantos años de luchar para encontrar una respuesta, otra alternativa, vio claro que la única forma de seguir junto a ella sería aceptando su propio destino; un destino repleto de dolor, angustia, incertidumbre y sufrimiento, de miedo a que un día ya no estuviera junto a él.
O eso, o sufrir el síndrome de Riley-Day, la enfermedad que te vuelve insensible al dolor.
La enfermedad que provoca la ausencia de lágrimas en el estímulo del llanto.
Claudio ::
jueves, 17 de mayo de 2007 a las 7:56 p. m. ::

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