domingo, 10 de junio de 2007
El fin de los tiempos o La puerta del olvido

Hace mucho tiempo tuve una amante a la cual le escribí una larguísima carta (creo recordar que eran unos ocho folios con letra minúscula, se tardaba unos 15 minutos de reloj en leerla) el día que se hizo obvio que lo nuestro se acababa.
Dada la envergadura de aquella misiva, tardé dos días en escribirla, y se hizo necesario elaborar un borrador previo.
Dado que aquel escrito tuvo cero éxito a la hora de alcanzar sus objetivos (no removió lo más mínimo su conciencia), resolví guardar el borrador lejos de mi vista, puesto que me traía lamentables recuerdos. Y además estaba todo tan reciente, que me encontraba en la disyuntiva dicotómica de no tener valor de deshacerme de tantos sentimientos que a la vez me causaban daño. Así que la guardé en una carpeta que sabía que rara vez utilizaría.
Pasado el tiempo, y tras varios abandonos más, un día casualmente volví a toparme con aquellos legajos, y me sorprendí al comprobar que aquellos papeles ya no causaban absolutamente ningún efecto en mí. Así que sin buscarlo concluí que aquella historia ya estaba más que superada, si bien era algo que tenía ya más que claro. Y la cosa era que me importaban ya tan poco y lo asumía como algo tan superado, que me daba igual tirarlos que no hacerlo. Y de hecho aún no lo hice, por pura pereza.
Pasó más aún el tiempo y un día, haciendo limpieza general, decidí deshacerme finalmente de ellos, dada mi predisposición a ser un enfermo del Síndrome de Diógenes en potencia (y tiempo al tiempo). Así que reuní un montón de papeles y me dirigí al contenedor de reciclaje que está justo debajo de mi casa. Echando un último vistazo a aquella parte de mi pasado, saqué una importante conclusión:
Aquella puerta blanca del contenedor, es la puerta que conduce al olvido.
Y me di cuenta de que el hecho de arrojar papeles a aquel contenedor, significa inequívocamente que éstos desaparecen. Nadie sabe a dónde van. Y si esos papeles llevan contigo una parte de ti, automáticamente también los
echas al olvío.
Y por lo tanto, para olvidar una parte de ti, aunque no es condición necesaria, sí que es condición suficiente deshacerte para siempre de los papeles que contienen esa parte de ti, y echarlos al olvido.
Todo esto nos da un claro algoritmo para olvidar lo que te hace daño, que si bien normalmente se olvida por sí sólo de forma pasiva, puede ser interesante en un momento dado hacerlo con una acción representativa/simbólica, de forma activa.
En efecto, después de aquello, olvidé a otra amante con la que a veces iba a estudiar a la biblioteca, y la cual a veces me dejaba mensajitos en los papeles que uso de borrador para ensayar fórmulas.
Directos al olvido.
O Cuando olvidé al puto profesor de Física Estadística que me costó tres convocatorias aprobar (y porque lo cambiaron por otro profesor, que si no, ni por ésas). Los papeles que usé para estudiar aquello:
Derechitos al olvido.
O aquella amante que la última vez que la vi
se me metió algo en el ojo, y me dio un paquete de pañuelos para que me limpiara... ¿A dónde fueron en cuanto salió por la puerta?
Al olvido.
O cuando pasé página a mi experiencia laboral, el día que cogí todos los informes, estadillos, análisis funcionales, Time Reports y todo lo que apareció por mi casa relacionado con aquello y los eché también al olvido. Bueno, todos no:
Claudio ::
domingo, 10 de junio de 2007 a las 9:02 p. m. ::

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