miércoles, 27 de febrero de 2013
Te olvidaré, te estoy olvidando ya. Mírame cómo te olvido. Mírame.
Hiroshima mon amour (1959)
Claudio ::
miércoles, 27 de febrero de 2013 a las 1:02 p. m. ::

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domingo, 3 de febrero de 2013
Castillos en el aire
“Los despertadores no deberían sonar jamás en sábado”.
Ese era el primer pensamiento de Amador cuando comenzaba aquella
rutina, con la que se había familiarizado desde hacía unos meses atrás.
Pero en el fondo le gustaba aquella vorágine. Tras aquel primer
pensamiento, llegaba la excitación, las ansias, el miedo a que algo no
saliera bien. Una ducha rápida, desayunar apresuradamente, recoger la
maleta preparada desde hacía días. Un último repaso de todo: de la ropa
que se pondría en cada momento, el reloj que le gustaba para las
ocasiones especiales y su perfume favorito. No podía faltar algo para
leer, su música favorita para el camino ni los detalles para regalar,
las velas aromáticas y de colores, el ordenador portátil... ¡Ah! y los
billetes.Amador
prefiere los taxistas que no dan conversación, aunque si son de los que
se incomodan frente all silencio, es amable con ellos. Prefiere admirar
Ciudad desde el punto de vista más sosegado que da el asiento de atrás
de un taxi. El recorrido hasta la estación lo hace cientos de veces,
pero no puede disfrutar de las vistas del gran parque, de los edificios o
simplemente de sus gentes. Le gusta adivinar aspectos de la
personalidad de las personas o de la razón por la que están allí en ese
momento, simplemente mirándolas. Si están solas, si andan rápido o
tranquilamente, la forma de mirar a su alrededor, si cargan con bolsas
de las compras, la ropa que llevan...
Después
viene el viaje en alta velocidad, que poco a poco empieza también a
apreciar. Una vez que se sienta, con suerte puede tocar una película
interesante que quisiera volver a ver, o alguna que se quedó pendiente y
no pudo ver en el cine en su momento. Si no, siempre puede leer un rato
hasta que le entre sueño, o simplemente mirar el paisaje. Le gusta ver
si hay campos cuidados, los aperos de los agricultores, si es época de
cosecha o de labranza, y cómo esta se sincroniza con el pronóstico del
tiempo en los siguientes días. Y dormir. Sabe que le espera un fin de
semana de descansar poco, mejor es reservar fuerzas. Pero antes, la
llamada de rigor. Los viajeros del tren simplemente le ven hablando
brevemente con el teléfono móvil, tras lo cual sonríe abiertamente
aunque tratando de que sea para adentro, y piensa que todo lo que le
rodea merece la pena. Mientras, apoya el móvil en la barbilla y mira a
un hipotético cielo que no ve.
Se
ríe porque Nieves le acaba de decir que tiene muchas ganas de volver a
verle, y que en ese momento está depilándose para él, mientras hace
tiempo.
Cuando
Amador despierta falta poco para llegar a la Gran Ciudad. Perezosamente
se adecenta para no parecer demasiado despeinado ni con los ojos
demasiado hinchados. Merece la pena dormir un poco más sabiendo lo que tengo por delante,
piensa mientras se pone el abrigo, comprueba que no se deja nada y
arrastra la maleta hasta la salida para estar en primera posición.
Cuando
las puertas se abren y Amador comienza a bajar del tren apresurado,
intentando evitar el tumulto de gente, nota una bocanada de aire helador
que no le impide seguir, pero siempre le hace pensar en lo mismo: aquí hace más frío que en Ciudad.
Amador
entonces inicia el último tramo de su camino hasta el hotel, en una
sucesión de tareas cuidadosamente programada y que con el tiempo ha
sabido optimizar. Subir las escaleras mecánicas, sacar billetes de
metro, pasar los tornos, próximo tren llegará en: 2 minutos. Repasar la
ruta, los transbordos, enviar mensajes en cada paso. Los últimos
nervios, y Amador casi sin darse cuenta ha salido del metro, se ha
registrado en el hotel y se está dando una ducha rápida, mientras suena
música house en el hilo musical del baño.
El
ritual preparatorio a continuación consiste en perfumarse generosamente
antes de vestirse, fijar el peinado con cera, preparar el reloj, la
cartera y las tarjetas del hotel. Como aún le queda tiempo, prepara las
velas aromáticas en cada mesita de noche y el escritorio, coloca un
regalo en la cama para Nieves y sale por la puerta para encontrarse con
ella.
La
percepción se altera y se enaltece cuando Amador está besando a Nieves
bajo una fina lluvia en Gran Ciudad, y a veces parece como si estuviera
siendo testigo de otra vida en la que él no es el protagonista. No sabe a
partir de qué momento todo se mezcla: el sabor de su boca, el olor de
su pelo, el tacto de su muslo bajo sus manos, el color del vino en la
copa, la textura de la comida que ambos se dan a probar... Y poco a poco
este vino engrandece aún más si cabe la sensación de estar viviendo un
pequeño sueño, en el que conoce lugares que realmente no existen,
personas sin voluntad propia que simplemente interpretan un papel y
edificios a los que si miras desde abajo, se curvan en formas
imposibles.
Cuando
llegan de nuevo al hotel, apenas hay tiempo para abrir regalos ni
encender velas, porque el sueño no ha hecho más que empezar y es ya
imparable. En pocas horas una mezcla de luces, imágenes y sensaciones es
todo lo que queda en el cerebro de Amador, las cuales trata de
recomponer para siempre dentro de sí antes de dormirse, como única
prueba de que otra noche más amó a Nieves.
Por
la mañana, Amador abre los ojos y no encuentra a Nieves, que ya está
vestida, de pie en el espejo del baño, tratando de recomponer su imagen
para salir a la calle. No hace falta que diga nada, pero un atronador tengo que irme
flota ya en el aire. Amador se sienta desnudo en el suelo junto a ella y
se abraza a sus piernas, intentando sentir su tacto por todo él,
apoyando la cabeza en su muslo, tratando de alargar un poco más la
sensación.
Sabe
que ahora llega el momento más triste, y sale del baño. Cuando Nieves
termina, lo ve de espaldas como un pequeño punto oscuro en medio de la
inmensidad de luz que entra por el ventanal. Al fondo los tejados de
Gran Ciudad llevan ya horas despiertos. Nieves se acerca a Amador y le
pasa la mano por el hombro, apoya su cabeza contra la de él y apenas
disfruta de las vistas; aprieta fuerte los ojos con rabia y tristeza.
―¿Cuándo vamos a vernos otra vez? ―pregunta Amador sin dejar de mirar el paisaje.
―No empieces. Ya sabes que no es tan fácil. Ya vamos hablando.
―No empiezo, sólo pregunto. Sólo quiero hacerme una idea de cuándo nos volveremos a ver.
―Lo
hemos hablado muchas veces, Amador, sabes que no es todo tan fácil. Ya
sabes que que ninguno de los dos va a dejar el trabajo, ni tú allí ni yo
aquí. Y está lo de mi padre... ―Hace una pausa, quebrándose la voz por
un instante―. Y está todo lo demás que sabes de sobra.
―¿Hasta cuando vamos a estar así?
―Lo que tengamos que estar, ya se verá, lo sabes.
Y ahí acaba todo.
Al
día siguiente, Amador y Nieves retoman su rutina, cada uno en su
ciudad. El trabajo, los atascos, el teléfono móvil, las noticias... todo
requiere que estén concentrados, y a las pocas horas la historia del
fin de semana ya es un recuerdo apenas revivido gracias a pocos sms
durante el día. Nieves tenía razón, sus vidas son demasiado diferentes.
Pero a las 4 de la tarde, Amador piensa que no lo son tanto; que hay un
pequeño nexo de unión al que aferrarse: por ejemplo en ese instante,
sabiendo que Nieves debe de estar a punto de recoger a sus hijos del
trabajo, mientras él llega a casa y le da un beso a su mujer.
Claudio ::
domingo, 3 de febrero de 2013 a las 11:02 p. m. ::

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