domingo, 3 de febrero de 2013

Castillos en el aire


Los despertadores no deberían sonar jamás en sábado”. Ese era el primer pensamiento de Amador cuando comenzaba aquella rutina, con la que se había familiarizado desde hacía unos meses atrás. Pero en el fondo le gustaba aquella vorágine. Tras aquel primer pensamiento, llegaba la excitación, las ansias, el miedo a que algo no saliera bien. Una ducha rápida, desayunar apresuradamente, recoger la maleta preparada desde hacía días. Un último repaso de todo: de la ropa que se pondría en cada momento, el reloj que le gustaba para las ocasiones especiales y su perfume  favorito. No podía faltar algo para leer, su música favorita para el camino ni los detalles para regalar, las velas aromáticas y de colores, el ordenador portátil... ¡Ah! y los billetes.Amador prefiere los taxistas que no dan conversación, aunque si son de los que se incomodan frente all silencio, es amable con ellos. Prefiere admirar Ciudad desde el punto de vista más sosegado que da el asiento de atrás de un taxi. El recorrido hasta la estación lo hace cientos de veces, pero no puede disfrutar de las vistas del gran parque, de los edificios o simplemente de sus gentes. Le gusta adivinar aspectos de la personalidad de las personas o de la razón por la que están allí en ese momento, simplemente mirándolas. Si están solas, si andan rápido o tranquilamente, la forma de mirar a su alrededor, si cargan con bolsas de las compras, la ropa que llevan...
Después viene el viaje en alta velocidad, que poco a poco empieza también a apreciar. Una vez que se sienta, con suerte puede tocar una película interesante que quisiera volver a ver, o alguna que se quedó pendiente y no pudo ver en el cine en su momento. Si no, siempre puede leer un rato hasta que le entre sueño, o simplemente mirar el paisaje. Le gusta ver si hay campos cuidados, los aperos de los agricultores, si es época de cosecha o de labranza, y cómo esta se sincroniza con el pronóstico del tiempo en los siguientes días. Y dormir. Sabe que le espera un fin de semana de descansar poco, mejor es reservar fuerzas. Pero antes, la llamada de rigor. Los viajeros del tren simplemente le ven hablando brevemente con el teléfono móvil, tras lo cual sonríe abiertamente aunque tratando de que sea para adentro, y piensa que todo lo que le rodea merece la pena. Mientras, apoya el móvil en la barbilla y mira a un  hipotético cielo que no ve.
Se ríe porque Nieves le acaba de decir que tiene muchas ganas de volver a verle, y que en ese momento está depilándose para él, mientras hace tiempo.
Cuando Amador despierta falta poco para llegar a la Gran Ciudad. Perezosamente se adecenta para no parecer demasiado despeinado ni con los ojos demasiado hinchados. Merece la pena dormir un poco más sabiendo lo que tengo por delante, piensa mientras se pone el abrigo, comprueba que no se deja nada y arrastra la maleta hasta la salida para estar en primera posición.
Cuando las puertas se abren y Amador comienza a bajar del tren apresurado, intentando evitar el tumulto de gente, nota una bocanada de aire helador que no le impide seguir, pero siempre le hace pensar en lo mismo: aquí hace más frío que en Ciudad.
Amador entonces inicia el último tramo de su camino hasta el hotel, en una sucesión de tareas cuidadosamente programada y que con el tiempo ha sabido optimizar. Subir las escaleras mecánicas, sacar billetes de metro, pasar los tornos, próximo tren llegará en: 2 minutos. Repasar la ruta, los transbordos, enviar mensajes en cada paso. Los últimos nervios, y Amador casi sin darse cuenta ha salido del metro, se ha registrado en el hotel y se está dando una ducha rápida, mientras suena música house en el hilo musical del baño.
El ritual preparatorio a continuación consiste en perfumarse generosamente antes de vestirse, fijar el peinado con cera, preparar el reloj, la cartera y las tarjetas del hotel. Como aún le queda tiempo, prepara las velas aromáticas en cada mesita de noche y el escritorio, coloca un regalo en la cama para Nieves y sale por la puerta para encontrarse con ella.
La percepción se altera y se enaltece cuando Amador está besando a Nieves bajo una fina lluvia en Gran Ciudad, y a veces parece como si estuviera siendo testigo de otra vida en la que él no es el protagonista. No sabe a partir de qué momento todo se mezcla: el sabor de su boca, el olor de su pelo, el tacto de su muslo bajo sus manos, el color del vino en la copa, la textura de la comida que ambos se dan a probar... Y poco a poco este vino engrandece aún más si cabe la sensación de estar viviendo un pequeño sueño, en el que conoce lugares que realmente no existen, personas sin voluntad propia que simplemente interpretan un papel y edificios a los que si miras desde abajo, se curvan en formas imposibles.
Cuando llegan de nuevo al hotel, apenas hay tiempo para abrir regalos ni encender velas, porque el sueño no ha hecho más que empezar y es ya imparable. En pocas horas una mezcla de luces, imágenes y sensaciones es todo lo que queda en el cerebro de Amador, las cuales trata de recomponer para siempre dentro de sí antes de dormirse,  como única prueba de que otra noche más amó a Nieves.
Por la mañana, Amador abre los ojos y no encuentra a Nieves, que ya está vestida, de pie en el espejo del baño, tratando de recomponer su imagen para salir a la calle. No hace falta que diga nada, pero un atronador tengo que irme flota ya en el aire. Amador se sienta desnudo en el suelo junto a ella y se abraza a sus piernas, intentando sentir su tacto por todo él, apoyando la cabeza en su  muslo, tratando de alargar un poco más la sensación.
Sabe que ahora llega el momento más triste, y sale del baño. Cuando Nieves termina, lo ve de espaldas como un pequeño punto oscuro en medio de la inmensidad de luz que entra por el ventanal. Al fondo los tejados de Gran Ciudad llevan ya horas despiertos. Nieves se acerca a Amador y le pasa la mano por el hombro, apoya su cabeza contra la de él y apenas disfruta de las vistas; aprieta fuerte los ojos con rabia y tristeza.

―¿Cuándo vamos a vernos otra vez? ―pregunta Amador sin dejar de mirar el paisaje.
―No empieces. Ya sabes que no es tan fácil. Ya vamos hablando.
―No empiezo, sólo pregunto. Sólo quiero hacerme una idea de cuándo nos volveremos a ver.
―Lo hemos hablado muchas veces, Amador, sabes que no es todo tan fácil. Ya sabes que que ninguno de los dos va a dejar el trabajo, ni tú allí ni yo aquí. Y está lo de mi padre... ―Hace una pausa, quebrándose la voz por un instante―. Y está todo lo demás que sabes de sobra.
―¿Hasta cuando vamos a estar así?
―Lo que tengamos que estar, ya se verá, lo sabes.

Y ahí acaba todo.

Al día siguiente, Amador y Nieves retoman su rutina, cada uno en su ciudad. El trabajo, los atascos, el teléfono móvil, las noticias... todo requiere que estén concentrados, y a las pocas horas la historia del fin de semana ya es un recuerdo apenas revivido gracias a pocos sms durante el día. Nieves tenía razón, sus vidas son demasiado diferentes. Pero a las 4 de la tarde, Amador piensa que no lo son tanto; que hay un pequeño nexo de unión al que aferrarse: por ejemplo en ese instante, sabiendo que Nieves debe de estar a punto de recoger a sus hijos del trabajo, mientras él llega a casa y le da un beso a su mujer.

Claudio :: domingo, 3 de febrero de 2013 a las 11:02 p. m. :: 2 comentario(s)

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