domingo, 26 de mayo de 2013

Son el mismo repetido la misma repetida

Hallábame en un bar de Malasaña cenando, en compañía de un buen libro y mi copa de vino. Era un bar pequeño, íntimo, acogedor, no muy lleno ya que era martes. Lo que tiene que sea tan pequeñito es que las mesas están muy juntas. La casualidad quiso que justo al lado de la mesa donde me acomodaron, hubiera una pareja que terminaba la velada. Rápidamente me di cuenta de que, aunque jóvenes, era una pareja que llevaba largo tiempo juntos. Seguramente años. Lo supe porque no hablaban, y la mayor parte del tiempo lo pasaban en silencio o con sus teléfonos, a veces de forma simultánea, a veces de forma sucesiva, mientras la otra persona miraba al infinito por la ventana. Serios.
Tampoco quiero caer en el tópico, hoy en día esto se ve demasiado, y encuentras a dos tipos de personas con respecto a ello: los que ya sufren esa desidia, y las que simplemente la detectan (y gran número de ellos la niega en sí mismos). Quiero decir que esto se ve muchísimo, quizá sea algo inevitable con el tiempo (yo así lo creo) y hoy en día muchísima gente es consciente de ello y te lo comenta. Tampoco vengo a descubrir ahora nada. Tampoco quiero que me vengas de guay y ahora no calles ni un momento durante la cena diciendo obviedades con tal de no caer en el silencio porque tú eres diferente. Tampoco se trata de eso. Además a veces el silencio es necesario. Porque así estás como ausente y se alimenta mi amor por ti.

La pareja terminó su cena cuando yo apuraba mi primera copa de vino y continuaba con mi venado al horno y mi segunda copa. De nuevo la casualidad quiso que una segunda pareja fuera acomodada en esa misma mesa junto a mí, mientras yo ya empezaba a flipar con mi libro, mi vino, la camiseta de una tipa que decía "Let us go forward together", el cumpleaños feliz de Parchís sonando por los altavoces y el cliente gay solitario que acababa de sentarse en la barra borrachísimo en martes y se ponía tibio a tapas de dos en dos. El destino quería que esa noche pudiera visitar los dos extremos. En esta ocasión la pareja, muy joven, estaba negociando las condiciones para empezar a salir juntos. No paraban de hablar, sobre todo él, que al parecer estudiaba un poco lejos de la capital pero que ya hacía planes para venir casi todos los fines de semana para verla a ella y blaoblaoblao. Y ella asentía con un brillo especial en los ojos y una sonrisa fuera de sí. Todo era ilusión, buenos deseos y ganas de que aquello funcionara.

Dice Sabina que todos los finales son el mismo repetido. Qué gran verdad. Pero yo incluso voy un poco más allá porque salvo pequeñas variantes, los finales son el mismo repetido porque ya de por sí todas las historias son la misma repetida. Una y otra vez.
Algún día acabarán en ese mismo bar, o puede que otro, pasando más tiempo en silencio que conversando. Prestando más atención a sus teléfonos que a quien tienen enfrente.

Claudio :: domingo, 26 de mayo de 2013 a las 9:04 p. m. :: 0 comentario(s)

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